02 Mar
02Mar


Los primeros días de junio del año pasado, recibimos una noticia devastadora: Una niña de 11 años abusada sexualmente y asesinada por un conductor  de una “combi” en el Estado de México. Su padre la había subido para protegerla de la lluvia mientras él la seguía en bicicleta, por un instante la perdió de vista y eso fue suficiente para nunca más verla con vida. Esta noticia se volvió viral en todos los medios de comunicación por lo trágico e inhumano de la historia; Al querer proteger a su hija de una posible enfermedad y subirla a un transporte público, fue suficiente para que alguien acabara con el futuro y los sueños de una niña y su familia. Lamentablemente en México, esta historia es común, pasa todos los días, familias que pierden a un ser querido por la violencia, niñas y niños abusados sexualmente por cualquier individuo que sabe que la impunidad lo protegerá, familias que ya no confían en nadie por que entraron a su casa a robar, mujeres que ya no pueden usar la ropa que quieran por que serán víctimas de acoso, etc. La gran mayoría de estos casos no son tan famosos como la historia de Valeria, en el cual gracias a la presión de la población, aprehendieron al responsable y lo sentenciaron a varios años de prisión. Me duele decir que si no hubiera existido esa presión, el caso probablemente seguiría sin resolver, archivado en una oficina de algún ministerio público. 


Tristemente en nuestro país una muerte es tragedia y muchas son estadística. La inseguridad se ha vuelto tan cotidiana que ya las cifras, los reportajes y las denuncias que nos llegan nos parecen irrelevantes, a todos nos ha pasado algo, o tenemos un conocido cercano que fue víctima de la violencia. Ya no nos sorprende leer esas estadísticas. Sin embargo es indispensable detener ese análisis frío y en lugar de leer números, empezar a leer vidas. A cada uno de esos datos hay que darles un nombre, una historia, una vida, un familiar destrozado de tristeza por la tragedia. Según el colectivo dedicado a la documentación de crímenes Semáforo Delictivo, solo en diciembre del año pasado hubo 2219 homicidios, 91 personas secuestradas, 15333 personas que les robaron el coche, 874 violaciones, etc. Esto significa que en sólo un mes, dos mil familias perdieron a un ser querido, cien familias sufrieron la desesperación de no saber si volverán a ver a un hijo, un padre, un hermano, un tío o un sobrino. Quince mil familias tuvieron una pérdida importante en su patrimonio que con esfuerzo y trabajo habían logrado conseguir y casi novecientas personas sintieron miedo, impotencia, furia, odio, entre otros mil sentimientos, al tener a alguien abusando de su cuerpo. La inseguridad no son sólo datos, tenemos que dejar de verlo como si eso fuera, son historias de horror que cambiarán la vida de cada una de esas víctimas o de sus familiares, y que dejarán una huella para siempre y que posiblemente se pueda convertir en más violencia. Hablar de todo el año es aún más doloroso si se intenta entender el miedo y la tristeza que puede estar sintiendo en este momento una madre preocupada, o un hermano que se quedó siendo hijo único. En 2017 hubo más de 25 000 casos de homicidio en el país y lamentablemente, ese número ya no nos impresiona por que lo vemos como eso, un número, un dato, una estadística. 


La inseguridad no es sólo números, la impunidad no es sólo una encuesta que la gente opina como la percibe, la corrupción no es sólo un gobernador haciéndose rico, la violencia no es sólo una disputa entre “bandas de muchachos que en algo estaban metidos, y por eso  se mataron entre ellos”, las violaciones no son culpa de las mujeres que “traían la falda muy corta y provocaron a los hombres”. Los secuestros no es sólo un extraño que desapareció. Los homicidios no son sólo cuerpos que encontraron enterrados en Nayarit, Morelos, Veracruz, o cualquier otra fosa clandestina… El caso de Valeria, la niña de 11 años, no fue culpa del papá. El crimen no es solo una nota más en el periódico. Son vidas humanas, son sueños despedazados, son dolor y sufrimiento, son frustración, son impotencia, son desesperación, son miedo, son tristeza, son dolor. Tenemos que dejar de normalizar la violencia, dejar de verlo como si fuera solo un número más y regresar al momento en el que cada nota nos dolía y cada muerte era una tragedia. Tenemos que exigir a las autoridades que hagan algo, alzar la voz, viralizar todos los casos, hacer que la presión, aunque sea solo por eso, haga que las autoridades no sigan archivando delitos en su escritorio y se dediquen a resolver esos delitos, todos y cada uno. Tenemos que interesarnos, y dejar de cambiar la página del periódico después de leer cualquier tragedia y actuar como si todo estuviera bien. 


El poeta cubano Silvio Rodriguez cantaba: “Mi unicornio azul ayer se me perdió, pastando lo dejé y desapareció, cualquier información bien la voy a pagar (…) no sé si se me fue, no sé si se extravió, y yo no tengo más que un unicornio azul …”.


Me destroza el corazón decirte esto querido Silvio, pero como está la situación en México, si tu unicornio azul lo dejaste aquí, temo que no creo que lo vayas a encontrar , o al menos, vivo. Y temo también, que la gran mayoría de mis vecinos, amigos y familiares, no se preocuparán en ayudarte a buscarlo.


Por: Ernesto Martínez

@ErnestoVEMR


ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO