21 Sep
21Sep

Por: Ernesto Martínez

@ErnestoVEMR


Llegué a la escuela en la mañana el Martes 19 de septiembre del 2017. Mientras iba de camino, escuchaba una entrevista al Jefe de Gobierno en la radio sobre el mega simulacro en la Ciudad de México que sería a las 11 A.m. de ese día. Explicaba la importancia de hacerlos, la logística que se tenía preparada y los riesgos de no cumplirlo adecuadamente.  En el simulacro todos salimos entre risas y bromas, aprovechamos para platicar y un par encendieron un cigarro mientras daba un mensaje el responsable de protección civil de la universidad. Dos horas más tarde, a las 13.14 horas,  fue el terremoto de verdad, las risas se habían desvanecido, las plumas, sillas y mesas comenzaron a moverse, todos salimos del edificio muertos de miedo. Al estar afuera mi único pensamiento fue: "Estoy en Santa Fe, si así se sintió aquí que se supone que no se sienten... ¿Cómo estará el resto de la ciudad?" Mis dudas no tardaron ni 10 segundos en ser respondidas, al instante ya me habían reenviado más de 20 o 30 videos en los que se veían edificios cayéndose, gente corriendo, gritos y tragedia. Lo interesante de los videos, es que mientras uno era grabado por una extranjera en el embarcadero de Xochimilco, otro transmitía desde la Colonia Roma, lo que significaba que en toda la ciudad había ocurrido una catástrofe. Inmediatamente intenté contactar a mi familia, pero la red estaba saturada y sólo quedaba un silencio seguido de un "Error en la llamada" que aparecía en la pantalla. Se veía en la cara de toda la gente que estaba presente que su situación era la misma. Nadie sabia nada, de nadie. Todos estábamos preocupados. 

Al llegar a casa, ya sabía qué había pasado por los informes en la radio y ya había logrado organizar a mis amigos para hacer un centro de acopio temporal y una brigada. Mis vecinos empezaron a donar, y amigos míos traían gente para que donaran en mi casa. De ahí transportamos lo recibido a un refugio, y es aquí donde empecé a sentirme orgulloso.  La gente del refugio solo me recibió las cobijas que había donado un vecino, a cambio, me dio dos bolsas llenas de material de curación y comida, pues ya habían recibido demasiadas donaciones de otras personas. Al salir, nos fuimos a una zona de derrumbe en la cual había cien o más personas haciendo una cadena humana, organizando el tráfico, recibiendo agua para rescatistas, militares protegiendo a la gente, motos que recibían donaciones para entregarlas en otro punto... En medio del humo, la gente ayudaba indiferente al frío o al peligro. 

De ahí nos fuimos a la siguiente zona de derrumbe. En las calles vi gente en vías públicas haciendo centros de acopio. Los coches que pasaban a mi lado tenían lonas que decían "Se distribuye comida", los transeúntes iban con cascos, chalecos reflectores y material para trabajar, toda la ciudad había decidido ayudar. Al llegar al punto del derrumbe, encontré, un mar de personas, corriendo, recibiendo órdenes, cargando cosas, luchando por sacar sobrevivientes de entre los escombros, esperanzados por poner su granito de arena. En mis mensajes, todos los grupos de WhatsApp que antes eran para planes o fiestas, se habían convertido en un medio para saber en tiempo real información de lo que estaba pasando, dónde se necesitaban cosas o la dirección de un derrumbe. En Facebook, se compartía la información de niños en el hospital o de zonas potencialmente peligrosas. Todos mis amigos estaban trabajando. Todos los jóvenes que conozco habían decidido dejar su indiferencia y bromas habituales para poner su parte. Incluso gente de otros estados o países hacía público su interés por donar o ayudar de alguna manera. Todos luchábamos por hacer algo. 

Me fui a otro derrumbe, en Tlalpan. Mientras nos acercábamos con nuestras donaciones, las personas nos ofrecían comida, té, café o agua. Al llegar, vimos bomberos luchando por rescatar a los atrapados. Y por primera vez logré observar la fuerza de la unión. La gente cerraba el puño, pues significa silencio para escuchar los gritos de alguien atrapado, y un puño cerrado hacía que fueran mil puños cerrados. Toda la gente los levantaba y había silencio. Los coches y motos que antes era imposible callarlos, no emitían ningún sonido. Tlalpan, una de las avenidas más ruidosas por el tránsito de la Ciudad, había quedado totalmente callada, ni un solo ruido. Al terminar el silencio,  alguien decidió cantar:  "Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran Cielito Lindo, los corazones". Y todos lo hicimos, con lagrimas en la cara y con las manos llenas de paquetes o materiales, cantamos. 

No puedo describir la impotencia y la desesperación que sentimos todos los mexicanos en este momento. Pero déjenme contarles del orgullo que siento de mi país y de mi gente. Todos los jóvenes, adultos y ancianos se unieron por una causa mayor, las personas pasan los días y las noche viendo la manera de ayudar, los vecinos, los cuáles antes no se conocían entre sí, ahora son uno solo, juntando cosas, haciendo cosas. los nueve millones de personas que vivimos en la ciudad nos hemos convertido en un equipo. Las universidades organizan a sus estudiantes de medicina, arquitectura, ingeniería y psicología para poder colaborar, la gente aplaude a los militares, los héroes dejaron de ser un ente súper poderoso que existía en los cómics para convertirse en los rostros de las personas que están ahí, y que con una fuerza de voluntad incansable, están en las calles viendo como hacer algo. Los jóvenes olvidan su naturaleza competitiva para volverse un equipo que pone manos, sudor y lagrimas en una misión. La gente ondea orgullosamente la bandera nacional, la clase política ha dejado su afán de sacar provecho de las situaciones y poco a poco empiezan a colaborar (tal vez a regañadientes). La división de clases no es más que un viejo modelo que hoy, en esta lucha, no existe. Y trabajas horas junto a una señora que su ingreso es quince veces más alto que el tuyo y del otro lado tienes a alguien que vive en la calle, pero hoy, son tus compañeros, que te pasan un garrafón de agua o una piedra. Esto es México. México no es una red de corrupción, ineptitud, quejas, disgusto, odio, indiferencia. México es su gente. México es su empatía. México es su solidaridad. México somos cada mano o cada puño cerrado que se levanta para poder escuchar un grito de auxilio, México es la gente que se va a Morelos o a Puebla, o a Oaxaca o a Chiapas a ayudar (O que vienen de allá). México es la mejor nación del mundo, carajo. Estoy orgulloso de poder decir que soy mexicano. Y saldremos adelante, unidos, como nación.  Y como diría nuestro himno nacional: "Un soldado en cada hijo te dio". 

El 15 de septiembre, día que se celebra la independencia nacional, todos replicábamos indiferentes y de manera rutinaria el típico grito de cada año. Hoy, lo gritamos orgullosos a los cuatro vientos con todo el oxigeno de nuestros pulmones: ¡VIVA MÉXICO!



P.D. La imagen fue tomada de este enlace: https://www.buzzfeed.com/gabrielsanchez/these-photos-of-mexicans-helping-each-other-after-the-quake?utm_term=.npRqNezV2b#11850138 No tengo los derechos de autor y la uso con fines meramente ilustrativos. Recomiendo que vean esas fotos. 

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