05 Aug
05Aug

Por: Isabel Aparicio 


Estudio Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana. Creo que cada ente es un fragmento de algo perfecto. La palabra “imposible” no tiene cabida en mi vocabulario. Cualquier persona cuya búsqueda (e intención) sea generar un cambio positivo es bienvenida a mi equipo.





Si el hombre ha evolucionado: ¿Dónde quedó nuestra identidad?

“Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”

“El Principito”, Antoine de Saint-Exupery


En la actualidad el hecho de ver mis viejas fotografías puede llenarme de asombro, transportarme a la infancia y traerme esos recuerdos que hasta hace poco tiempo hacían cuestionarme: ¿era feliz?, ¿era mi enojo una forma natural en mi actuar?, ¿era el producto de una conciencia innata?, ¿es que el mundo me debía explicaciones? Y es extraño pensar que en este momento de mi vida, ese “coraje” que me caracterizaba, esa fuerza que en algún momento empecé a confundir con enojo, regresa a mi tal como las imágenes plasmadas en mi álbum de fotos.

Durante mucho tiempo me cuestionaba lo mismo, sin embargo no lograba encontrar respuesta alguna hasta el día de hoy, que al profundizar en ciertos pasajes de mi vida deduzco que precisamente son estos los que me permiten generar conclusiones y reflexiones sobre lo que es el ser “humano” o más bien un “humano evolucionado”.

Mi historia se remonta a inicios del 94 en la Ciudad de México, lugar donde nací y desarrollé gran parte de mi niñez. Mi interpretación sobre la vida, en esa época, se resumía en pensar que este era un mundo cruel, y en muchas ocasiones excluí la idea de bondad y armonía. ¿No se supone que en los niños solo debe haber humildad, alegría e ingenuidad? Yo siempre me distinguí de haber sido una niña con fuerza de voluntad, seria, enojona y directa. Aun así los pasajes de mi niñez se pueden acotar a los 7 años de edad, en los que comencé a percibir al ser humano de una forma peculiar, dado a mi sensibilidad ante los acontecimientos impactantes que llegué a presenciar y me causaban gran impotencia, náuseas y enojo.

Es increíble como una niña puede tener cierta claridad sobre algo ajeno e indiferente para los demás; aún conservo en mi mente tres recuerdos que dejaron una marca en mi vida a partir de esa edad: el primero es el haber visto en las noticias cómo mataban a las focas a palazos en el norte de Canadá, lo que hacía cuestionarme “¿qué hicieron esas criaturas para merecer esto?”; el segundo, en algunos de mis viajes por carretera, el ver los camiones con pequeños orificios de fierro que transportaban a muchos cerdos amontonados que, en su desesperación y miedo, se lastimaban el hocico, lo cual me provocaba mucha impotencia y ganas de rescatarlos, y, el tercero, que creo fue el que me provocó más impacto, fue ver a un carnicero, en uno de los tantos pueblos que existen en nuestro país, cortando la cabeza de una vaca, para después dejarla colgada, sin piel y llena de sangre.

Fue a partir de este último que esa misma tarde tomé la decisión consciente de dejar el consumo proveniente de los animales; de esa manera no me sentiría culpable ni cómplice de algo que me parecía tan grotesco, cruel e inhumano. Para mi familia fue un hecho meramente pasajero, sin embargo yo no bromeaba y conforme pasaba el tiempo mis padres se preocupaban y me decían “no vas a crecer si no comes carne”, palabras que pronto se convirtieron en frecuentes visitas al nutriólogo, una presión constante por toda mi familia y finalmente una gran presión social. Por supuesto, a pesar de mis molestias, nunca llegué a visualizar ni tomar en cuenta el daño que le estaba provocando a mi cuerpo, ya que ni siquiera llevaba una dieta “vegetariana” balanceada.

A mis 10 años de edad, mi familia y yo nos mudamos de ciudad. Para todos fue un cambio drástico en todos los aspectos: nueva casa, nuevas caras y nueva escuela; siendo lo último lo más relevante, pues al principio yo era la “niña rara” de mi grupo de clase, quizá eran las costumbres, el acento o mis gustos particulares.

En los primeros dos años de escuela fui etiquetada como una niña antisocial, apática y aburrida; aún recuerdo los constantes llamados de mis profesores, quienes externaban a mis padres su preocupación por mí, pues no era “normal” ver a una niña enojada y alejada todo el tiempo.

Posterior a ello, las cosas fueron cambiando y mi vida dio un giro. Poco a poco volví a consumir alimentos de origen animal, casi dejándome de importar mis inquietudes hacia el cambio del que supuestamente me quería hacer cargo y llegué al punto de preguntarme “¿para qué tanto alboroto?”

Se juntaron tantas razones que nublaron los dictados de mi conciencia. Las principales fueron el pensar que mis actos no resultaban relevantes; simplemente me dormí, volviéndome insensible y ciega ante lo que antes me parecía aberrante. Comenzó a importarme el “qué dirán”; empecé a jugar en contra de mis valores, mis creencias y mis sólidas determinaciones, solo para encajar en un sistema y no ser más esa “niña rara”.

Después de tantos capítulos en los que me di cuenta que regía la incoherencia entre mi mente, cuerpo y espíritu, me he convertido en la persona que soy. Yo quería cambiar el mundo a través del odio y sin hacer nada, pero ahora sé que ese “nada” fue algo y sigue siendo la chispa adecuada que necesita mi vida, estar consciente de que no vivo sola y no me refiero a la sociedad nada más, sino a la naturaleza. Pude rescatar la fuerza y la determinación que me caracterizaba haciéndome finalmente esta gran pregunta:

“¿Quién soy?”

Ahora sé que soy la conexión con el UNO: la perfección y la imperfección de todo, soy amor y dolor, soy mis errores y mis aciertos, soy mis dudas y mis certezas, soy luz y oscuridad, soy un humano que se equivoca, que aprende y que lucha por sus convicciones.

Al ser consciente de esto, es entonces cuando puedo decir que soy un “humano evolucionado”, es decir un humano que ha encontrado el equilibrio entre lo que piensa, siente y actúa. Pero, sobre todo, que se ama tal y como es.

Los pequeños párrafos describiendo mi paso, ¿han descrito mi transición y razón de vida? No en lo absoluto, si algo debe de quedar claro es la evolución que día a día se va teniendo como persona, incluso hay eventos que nos ocasionan un cambio no solo profundo sino deseable en tan solo un instante.

Me quedo con esta pregunta ¿todo lo que he señalado realmente podría generar un impacto en el pensar de los demás?, no puedo decir que soy una escritora nata, o una utópica siguiendo el camino hacia un mundo mejor, aun así puedo enfatizar algo, y es que me abrí hacía ti.

Hoy en día veo que las personas se encierran en su pequeña caja aguardando a que estén a salvo, sin contemplar la tormenta que tarde o temprano llega a abatir todo un mundo de pensamiento liberal, critico, metódico. Percibimos lo bueno y malo, eso nunca desaparece, naturalmente tenemos dichas interpretaciones, pero no todos nos atrevemos a levantar la voz, y hacer frente a todo lo que pasa, al igual con nosotros mismos, porque al final nosotros construimos nuestro mundo, y el futuro que vamos dejando es el escenario que se verán para las nuevas generaciones, las cuales se darán cuenta de cómo llevar el rumbo, y  me vuelvo a cuestionar ¿el hombre ha evolucionado?, es por ello que te incito a expresar y hacer lo que te nazca, esos impulsos que podemos sentir extraños, son los que realmente permiten manejarnos y sentirnos realizados, como seres libres y únicos.

Así que hasta este punto,  yo te pregunto ahora “¿tú….quién eres?”

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