Por: Ernesto Martínez.
Estudiante de Relaciones Internacionales. Presidente de Realidad Juvenil. Biocentrista. Activista. Humano.
@ErnestoVEMR
No entendía, y creo que mi generación (nacidos de 1990 en adelante) no entendíamos, cuando los adultos nos hablaban del terror del sismo de 1985; mi mente no podía entender el miedo y frustración que expresaban cuando sonaba la alarma sísmica, pensaba que exageraban al escuchar ese tétrico sonido y que lo máximo que ocurría era que daba pie a un pequeño descanso de las actividades escolares o cotidianas y que eventualmente regresaría todo a la normalidad. Me sorprendía mucho ver la reacción, alterada, descontrolada y en total pánico, de aquellas personas que vivieron aquel sismo, pero para mi era totalmente inofensivo, sin duda fue una situación devastadora por el miedo que causa ese titán y la impotencia por no poder hacer nada y que destruyó muchas cosas a su paso. Pero yo no lo había vivido, ya había pasado hace muchos años, y pensaba que algo de esa magnitud no iba a ocurrir de nuevo.
Tampoco entendía cuando iba a museos con exposiciones referentes a la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, lo veía como un hecho que ocurrió hace muchos años, que jamás se repetiría, como un México antiguo con condiciones distintas que sufrió sin duda una de las mayores tragedias de su historia reciente, pero no me identificaba con los estudiantes o con la situación en general. El México actual jamás se podría permitir tremenda barbaridad. Era un suceso terrible, con imágenes desgarradoras y anécdotas que te quitan el aliento, pero era otro México. Uno que definitivamente estaba en condiciones distintas política, económica y socialmente.
No entendía aquellos hechos históricos que reflejaban un país distinto, con otra infraestructura en los edificios y en las mentes, y no podía dimensionar la frustración, miedo, desesperación o impotencia que sintió la gente que estuvo presente en estos sucesos. Sin embargo, hoy lo entiendo. Mi generación fue testigo de un grupo juvenil que corrió a un candidato presidencial de una universidad y que después generó un parteaguas en la política mexicana. Hemos sido testigos durante todo el sexenio de homicidios a familiares, violaciones a nuestras amigas y amigos, secuestros a nuestros hermanos o padres, asaltos a nuestros profesores, corrupción en cada semáforo. Hemos sido testigos de estudiantes desaparecidos que no se sabe ni siquiera la ubicación de los cuerpos o el destino de esos jóvenes. Hemos sido testigos de la destrucción devastadora de un sismo, y del incontrolable miedo que produce esa alarma. Hemos vivido ese México lejano que en mis viajes por los museos y fotografías antiguas encontraba como algo imposible de presenciar. Ya diría un dicho popular que la historia tiende a ser una espiral, en la cuál se repetirán los sucesos pero con diferentes condiciones.
En estos días, a 50 años de la matanza de Tlatelolco, la historia comienza a repetirse, jóvenes que se manifiestan, violencia a los mismos, pliegos petitorios por aquí y por allá, movimientos estudiantiles y marchas para pedir por seguridad. ¡Seguridad, carajo!. Piden por que los maestros no acosen sexualmente a las y los alumnos, piden por no ser violadas o violados en vía pública o en ningún lugar, piden por que no haya venta de drogas en la máxima casa de estudios de Latinoamérica, piden por no ser descuartizados y aventados en los campos del mismo, o ser ahorcados con un maldito cable de un teléfono público. Piden por maestros suficientes para todos los alumnos, por cuentas claras, por no corrupción. Y son atacados. Atacados por mismos jóvenes supuestamente miembros de la comunidad universitaria, que en un acto de salvajismo se deslindan de su empatía y condición de humano, para patearle la cabeza a un estudiante que pacíficamente pide esto en rectoría, para lanzarle una bomba a una chica que protege a su pareja de la violencia o para perseguir con palos en las manos a un joven que tomaba fotos con su teléfono.
Hoy, lo entiendo, y la sensación de impotencia y tristeza que me genera ver aquellas fotos de jóvenes con palos, piedras y explosivos atacando estudiantes, intentando desbaratar una petición pacífica que no tiene más motivo que la búsqueda por el respeto y seguridad de la vida e integridad de la comunidad. El vacío en el estómago que me genera saber de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural que fueron calcinados, y que no han sido encontrados ni los cuerpos, y que las autoridades esconden la información respecto a lo sucedido para no involucrar altos intereses. Observar las fotos viejas de jóvenes reunidos en Tlatelolco que fueron acribillados por francotiradores, leer los testimonios de sobrevivientes, ver los restos de ropa que fueron recuperados con agujeros en las mismas por las balas de los militares, escuchar aquellas entrevistas que relatan lo que sucedió; todo esto me ocasiona un sentimiento de frustración y desesperanza por lo malvado y cruel que puede ser el humano. Leer testimonios de madres que nunca volvieron a ver a sus hijas con vida, o de jóvenes violadas que tiemblan de miedo porque nunca más se sentirán seguras, o enterarte del secuestro y homicidio de un amigo o pariente, y la certeza de que nunca se resolverá ese crimen, porque estamos vulnerables a la impunidad de este país. Hoy lo entiendo. Y me deja el corazón roto. Y deja a toda nuestra generación, con lagrimas en los ojos. Y nos rompe de tristeza ver que es el mismo pueblo, el mismo mexicano, hoy y siempre, ese que ha sido víctima y victimario de sí mismo. Y se mata entre sí. Y se secuestra. Y se roba. Y se viola. Y se destruye.
Hoy entiendo la lucha de mi generación, como después del sismo del 17, entendí la fuerza que puede llegar a tener las juventudes unidas. Y esa es una lucha que no vamos a perder. Porque no nos vamos a dejar. Porque estamos unidos. Porque todos somos esa maldita generación que no sabe callarse, y que no sabe dejar que otro lo pisotee, y que estamos dispuestos a dar todo de nosotros en una zona de derrumbe cargando escombros durante 12 horas seguidas, o gritando en una marcha de Sol a Sol. Porque esa Raza de Bronce, de la cuál hablaba Vasconcelos, que le daba el adjetivo de perfecta por la grandeza de su mestizaje; que somos todos los mexicanos, hoy tenemos el espíritu en alto, y hoy tenemos esa voluntad de ser más voces que aquellos que buscan callarnos.
Leí una manta de la manifestación: "Contra la represión, no somos 43, somos menos, como un chingo". Y hoy, a 50 del 68: no lo vamos a olvidar. No lo vamos a repetir. Y sepan que aquellos que buscan condenarnos a ello, se están metiendo con la generación donde todos somos 43, donde todos somos 68, donde todos somos 85, donde todos somos 17, donde todos somos esa generación que nunca se va a rendir. Por que todos somos esa raza, y todos somos ese espíritu.
Esta lucha, no es por ser de la UNAM, no es por ser estudiante, es simplemente por ser humano y ser mexicano. Y es también por no permitir, nunca más, que la historia se repita. Porque yo no pienso morir y dejar un México condenado. Y sé, y tengo fe, en que ninguno de nosotros de esta generación tan loca, pero fuerte, quiere dejar un México como el que nos tocó. Porque hoy lo entiendo. Y hoy todos lo entendemos. Y a partir de ese punto, no podemos permitirlo. Y no vamos a permitirlo. Y que me caiga un trueno si por nuestra pinche raza no habla nuestro espíritu.
La foto del encabezado fue tomada por Orlando Reyes y se encuentra en su Facebook: Orlando Reyes Gomez
Las imágenes inferiores fueron recuperadas del sitio web: https://www.sopitas.com/926929-marcha-unam-facultad-porros-fotos-cu-paro/
No poseo los derechos de autor de ninguna de las presentes. Son utilizadas con fines meramente ilustrativos. Aunque recomiendo que se acceda al enlace para ver más fotografías.