21 Jun
21Jun

Por: Sebastián Erdmenger

Estudio Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana, fundador y director de DesarrollARTE. Creo que nadie puede permanecer indiferente a lo que pasa en nuestra sociedad, la proactividad es una actitud obligada hoy en día

@erdmengerMX



He estado bastante pendiente sobre la pelea entre alumnos del Irish Institute y el Instituto Cumbres el pasado viernes en la Expo Santa Fe, mientras se celebraba la graduación de prepa del Cumbres. Me he interesado mucho en la nota, porque refleja un mal sumamente arraigado en las altas esferas de la sociedad mexicana. Esta noticia revivió en mí la intención de escribir un texto donde expusiera mi visión sobre un grupo favorecido de la sociedad de la Ciudad de México, con el cual tengo contacto y relación cotidiana. La verdad es que no lo había escrito al no encontrar un punto de partida lo suficientemente fuerte para justificar el texto. Sin embargo, las preparatorias estrella de los Legionarios de Cristo me dieron este fin de semana la inspiración que me faltaba. También es importante, en retrospectiva, reconocer el papel que jugaron alumnos del Instituto Miraflores y The American School Foundation en junio de 2014.

Creo que estos dos hechos, lejanos de ser solamente un pleito de chavos, tiene un trasfondo muy importante que no debería pasar desapercibido por la sociedad mexicana, porque refleja fielmente la descomposición social que hoy vivimos.

Soy estudiante del quinto semestre de Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana. Desde muy chavo sabía que quería entrar a la Ibero y a la fecha no me arrepiento. Me encanta mi universidad: las materias, los profesores, las instalaciones, mis compañeros y amigos. Pero hay una cosa que no soporto de la Ibero y son, como los describe Ricardo Raphael1,  los mirreyes. Personas que tienen todo el poder en este país para hacer que las cosas cambien, pero que por el contrario son prepotentes, engreídos y terriblemente superficiales. Estos personajes, que afortunadamente no son el común denominador en mi universidad, si se concentran en una proporción importante dentro de la Iberoamericana.

Una de las experiencias que tuve con uno de estos personajes me pareció verdaderamente alarmante. El sujeto en cuestión es la tercera generación en portar un apellido con mucho peso en el ámbito político y diplomático nacional. Una persona que al alcance de una llamada podía tener acceso a las personas que definen el rostro actual de México. Más allá del poder adquisitivo que él o su familia pudieran tener, el peso verdadero del apellido recae en el poder político que han generado. Uno esperaría que alguien que nace en esta cuna, que ha tenido la oportunidad de estudiar en los colegios y universidades más prestigiados y cotizados del país, y que estudia una carrera de las ciencias sociales, tenga aunque sea un mínimo de responsabilidad social y compromiso con su comunidad. Pero no, este sujeto prefirió acosar sexualmente a una compañera, humillar e insultar públicamente a una maestra, meterse cuanta droga no encontró, reprobar la mayor cantidad de materias posibles,  entre otros muy plausibles comportamientos.

Lo grave de este asunto es que el protagonista de esta historia dantesca probablemente se convierta en embajador de México en algún lugar del mundo, o quizás gane un cargo de elección popular cobijado por un influyente amigo de la familia. Porque la meritocracia en este país no existe, porque la impunidad se hace presente todos los días, porque el México en el que tú y yo vivimos no es el mismo en el que ellos habitan. En su México todo funciona perfecto, el acoso sexual no es más que un halago a las mujeres, los insultos y humillaciones son una denostación legítima de poder, la universidad es un lugar para ver y ser vistos. Y al final, la vida es solo una serie de pasos prestablecidos desde que uno nace que llevaran irremediablemente a posiciones de poder. ¿Para qué queremos que este país cambie?

Regresemos a la graduación de la generación 2017 del Cumbres. Según medios nacionales, el problema inicio una semana antes cuando se celebró la graduación del Irlandés. Ahí se proyectó un video donde se burlaban de los chavos del Cumbres. ¿El video generó todo este problema?

Yo tuve la oportunidad de ser presidente del comité de graduación de mi preparatoria. Hicimos una fiesta para cerca de 1000 personas, que con toda proporción guardada, también fue un evento de una magnitud importante que requirió una capacidad logística y económica considerable. Nosotros también hicimos video de graduación, por lo que conociendo de carne propia lo que requiere un evento como estos, puedo hablar de lo que implicó realizar la graduación del Cumbres y del Irlandés. Expo Santa Fe es un lugar tan grande que no se realizan eventos para menos de 1500 personas. El costo del boleto debió oscilar entre los $2,000 y el video, con calidad cinematográfica y duración de al menos treinta minutos, no costó menos de $150,000. Si sumamos todos los costos, la cifra total del evento ronda los 3 millones de pesos. Esto sin considerar, el gasto que hicieron las familias de estas escuelas para que alumnos ahorita estén tomando un vuelo que los llevara a conocer las principales ciudades de Europa.

Según INEGI, entre 2000 y 2011 más de 102 mil 568 personas perdieron la vida en México por deficiencias nutricionales. Esto significa que al día mueren de hambre 23 personas en nuestro país. Casi uno cada hora. Yo estoy en contra de no poder disfrutar el fruto de tu esfuerzo sólo porque hay gente que no tiene la posibilidad de disfrutar de lo mismo. Pero contrastar 3 millones de pesos por una fiesta cuando al día en el mismo país donde se celebra esa graduación mueren 23 personas, nos deja en claro porque la gente está tan indignada y nos obliga a reflexionar sobre la enorme desigualdad socioeconómica que vivimos.

El problema no es tener dinero y disfrutarlo, el problema recae en la opulencia, en querer demostrar incansablemente que tienes más dinero y poder que el otro. Mucho se ha hablado de que el Cumbres y el Irlandés son Institutos hermanos. Hoy Ricardo Raphael señalaba correctamente en el programa de Carlos Loret de Mola que hay una gran rivalidad entre ambas escuelas, no son hermanas realmente. El Irlandés tradicionalmente denuesta a los chavos del Cumbres.

Yo estudié en una preparatoria de clase media, media-alta en la zona de Satélite. Nosotros también teníamos una escuela hermana, con la que compartíamos nombre, en la Zona Esmeralda de Atizapán. Con toda proporción guardada, también había ciertas diferencias entre ambas. Ellos eran los de lana, los de los carrazos, las mansiones, las cuentas de cinco dígitos en los antros. Nosotros pedíamos Bacardi, teníamos seats, cinquecentos y los más acomodados Audi A1 (correspondiente no a los pisos más bajos del edificio). En Esmeralda, la competencia interna era tal que los directivos del colegio prohibieron a los alumnos llevar su carro para evitar peleas por demostrar quien traía el mejor coche. Mi escuela y su campus en Zona Esmeralda, están lejos de considerarse las escuelas más cotizadas y caras de la ciudad, que esperar de las escuelas de “renombre”.

Esta opulencia desmedida y la falta de valores de quien la ejerce encuentra en el antro su teatro perfecto para interpretar la máxima escena de descomposición social de los chavos de clase alta en este país. La universidad es un lugar para ver y que te vean, pero por su institucionalidad aún conserva ciertos códigos de conducta que se deben cumplir. El antro no. Ahí no hay reglas ni autoridades, pero si hay alcohol y drogas que dejan ver a los individuos en su justa dimensión.

Hace aproximadamente 4 meses fuí al antro que estaba de moda en la ciudad, Bar 27 Santa Fe. En lugar de formarme en la cadena, decidí quedarme un poco alejado mientras mis amigos hacían la tradicional negociación con el cadenero para poder pasar. Afuera del caos de la cadena me puse a observar el comportamiento de todos los presentes. Empecé a analizar lo que ahí ocurría, hasta que me avisaron que nuestra mesa ya estaba lista y pasé al lugar sin dirigirme al cadenero. Ya adentro me puse a observar cómo los clientes se relacionaban con el personal del antro.

 En ese momento encontré el punto clave de este texto: la terrible inseguridad y ausencias emocionales que tienen (o tenemos tal vez)  los chavos de clase media y alta de este país. Para ellos que el dinero, el tener, el demostrar, lo es todo; que viven en la superficialidad y que sólo son amigos de gente “bien” como ellos; depositan toda su autoestima en el mesero o cadenero. No vas a encontrar una persona más orgullosa de sí misma que el “guey” al que el cadenero reconoce y lo deja pasar rápido. Esa persona va a ser feliz si el mesero lo llama por su nombre. El chavo que va al mejor antro de la ciudad, dispuesto a gastar $30,000 (375 días de salario mínimo), que pertenece a los pisos más altos del edificio (9 o 10),  va encontrar su felicidad y satisfacción personal cuando el empleado (que pertenece a los pisos 3,4 o 5) lo reconoce y lo adula.

Pero esos vacíos existenciales, esas profundas inseguridades tienen que ser reemplazadas con algo. Entonces llega la prepotencia y la arrogancia. “Si no es por mi dinero, no tengo nada que ofrecerle a los demás, no tengo otra carta de presentación más que mi cuenta de banco; entonces, tengo que demostrar de todas las maneras posibles mi poder adquisitivo”. Y en un país con tal nivel de desigualdad, el tener mucho dinero te hace creerte súper poderoso. Los hijos de Enrique Peña Nieto viven en México aun teniendo la oportunidad de asistir a las mejores universidades de Estados Unidos o Europa. Viven en México, porque aquí son los hijos del presidente, aquí son intocables, omnipotentes pero en Europa serían solo uno más. La desigualdad, alimentada con la impunidad y la corrupción genera que esos mirreyes se sientan omnipotentes, el problema es que lo son. Son intocables.

Entonces, si todos contribuimos a que el sistema funcione así, por qué nos espantamos cuando vemos a unos imbéciles delincuentes llamados Los Centinelas golpeando a quien se le ponga en frente solo para dejarle claro que ellos son omnipotentes. ¿Por qué nos indigna ver a los del Cumbres, Irlandés, Miraflores, Americano usar a sus escoltas para golpearse entre ellos? ¿Por qué señalamos al chavo del BMW en Reforma que violó el reglamento de tránsito de la ciudad y generó uno de los accidentes más terribles que tengamos memoria? ¿Por qué nos molesta el video misógino de la generación 2015 del Cumbres? ¿Por qué nos ofendemos cuando la primera dama sale a regañarnos por criticar la compra de su millonaria mansión?

Esa descomposición social que vemos en la clase alta de este país, que para nada es limitante a ellos, la construimos todos día con día. La construimos y exacerbamos cuando damos mordida a un oficial de tránsito,  cuando nos colgamos de la luz, cuando ponemos en Waze la ubicación del alcoholímetro, cuando difamamos a alguien por Twitter, cuando insultamos a quien no está de acuerdo con nosotros, cuando volteamos a ver para otro lado frente a una injusticia, cuando trabajamos sólo para nosotros, cuando no exigimos una respuesta firme al presidente sobre el espionaje a periodistas, activistas y sus familias. Cuando le damos la responsabilidad de que este país cambie a otro o creemos que la esperanza de este país está en un mesías y no en todos nosotros.

 Sin dejar de señalar a los responsables de la pelea en la graduación del Cumbres, creo que es importante que todos tomemos responsabilidad en lo acontecido y no lo dejemos pasar como una nota chusca de una escuela fresa, porque no es así.

Y como dicen muchos mirreyes: “Al Sens no entran nacos”... Pfffff, creo que van muchos más de los que se pudieran imaginar.

[1] Mirreynato, Ricardo Raphael. 2014. Ed. Planeta

   

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